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29 años después

17 octubre 2012

Hoy, 17 de octubre, se cumplen exactamente 29 años que empecé el bachiller en la Universidad Laboral de Gijón situada a 626 Km. de Guadalupe. No pretendo ejercer de abuelo Cebolleta, sino más bien reflexionar sobre el estatus actual del sistema educativo,  y de manera intencionada hacerlo en estos tiempos de recortes en educación, y en unas fechas en las que los estudiantes de secundaria de este país se han echado a la calle.

Me marché a Gijón con casi catorce años. Lo hice gracias a una beca del Ministerio de Educación que me ofreció la posibilidad de estudiar en un centro de primerísimo nivel como es -o al menos era- la Universidad Laboral de Gijón en Asturias, y que aproveché gracias al apoyo y el esfuerzo de mis padres (albañil él y jornalera ella). Lo hice en un centro público donde,  además de la sapiencia propia que te ofrecen los libros y profesores en el correspondiente curriculo, tuve la fortuna de forjarme como persona, viviendo mi adolescencia en un internado junto a otros chicos que como yo, procedían en su mayoría de familias humildes. Allí aprendí valores y me curtí en experiencia, en valores como el sacrificio, el esfuerzo o  la perseverancia. También en otros como el compañerismo, la amistad o la autoestima, todo ello en un centro público, sostenido con fondos públicos y gracias a una beca concedida por el estado.

En aquel entonces, mi tierra, Extremadura, y más concretamente la comarca de Las Villuercas no disponía de los recursos educativos con los que hoy cuenta, aunque sí existía una escuela pública ( la de toda la vida, al menos la que yo conocí) donde también tuve la fortuna de toparme con grandes profesores, personas comprometidas con su labor docente y sobre todo, con una visión amplia de lo que significaba la educación. Posiblemente no existía la figura del interino, no había competencia voraz por disputarse plazas y por hacerse con un puesto fijo. Todos/as eran maestros de escuelas y lo eran para toda la vida. De institutos el de Logrosán y poco más. Ahora, más de 30 años después, esta tierra goza -o al menos hasta hace poco tiempo- de una buena salud educativa, tanto en infraestructuras, como en calidad y profesorado. Salud que se corroboró con la aprobación de una Ley de Educación extremeña, con el consenso de las fuerzas políticas con representación parlamentaria. Todo un hito histórico y especialmente trascendental para la educación en esta tierra extremeña.

En estos días la comunidad educativa (alumnos, padres y profesores) se echan a la calle con razones más que justificadas. Los recortes en educación nos alejan de aquellos modelos anteriores, en los que nunca se anteponían los intereses de unos pocos (mercados) sacrificando el interés común y general de una sociedad, y nunca se puso en peligro la integridad y viabilidad de un sistema, a cambio de cumplir una exigencia macroeconómica. Demasiados cambios en tan poco tiempo. La educación que parecía intocable atraviesa momentos complicados, que ponen en peligro la igualdad entre personas, potencian la educación excluyente y también la exclusión social.

No son supuestos, son realidades. Quien tenga un hijo o una hija en edad escolar, en el instituto o en la universidad habrá empezado a comprobar en carnes propias las consecuencias de estas políticas de recorte que han hecho que suba el IVA al material escolar, se retiren las ayudas públicas al transporte, suban las tasas de una manera exagerada, eliminación de profesores, paralización de construcción de nuevos centros y dotación de servicios, cambios en los sistemas de evaluación (adelanto de los exámenes de septiembre), etcétera... Todo como prólogo a una nueva Ley, la ya conocida "Ley Wert", que dará legitimidad y amparo legal a todos estos recortes, y con ello, nos alejará áun más si cabe, de una educación de calidad, pública, equilibrada e igual para todos, independientemente del lugar donde resida o del nivel de renta que se tenga.


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